Algunos músicos tienen el don de transmitir vulnerabilidad y confusión interna de manera hermosa con su voz, haciéndonos llorar. Algunos gobiernan el estudio de grabación con mano de hierro, supervisando y produciendo su música por sí solos. Otros pueden tocar las cuerdas como ningún otro, y sin embargo, un tercer tipo puede tejer historias a través de los acordes y escribir canciones que no desentonarían en un libro de poesía. No muchos pueden hacerlo todo, pero Joni puede.
Joni Mitchell (née Anderson) creció en Saskatchewan, Canadá, y era una niña brillante, salvaje y de voluntad fuerte. A la edad de nueve años, cogió polio, lo que debilitó mucho su mano izquierda, y esto más tarde la haría buscar afinaciones alternativas y creativas para compensar su dificultad para tocar ciertos acordes. Fue durante esa época cuando Joni empezó a plantearse los esfuerzos artísticos como el objetivo de su vida. A los 12 años abandonó la escuela y empezó a tocar el ukelele, aunque en aquel momento la pintura seguía siendo su pasión.
Fue solo después de abandonar la escuela de nuevo, esta vez la de arte, que Mitchell decidió buscar una carrera en la música, dejando Saskatchewan para ir a Ontario. Sus comienzos estuvieron marcados por las dificultades y la pobreza. Al carecer de medios para unirse al sindicato de músicos, tuvo que recurrir a tocar en pequeños locales y como artista callejera. Fue en esa época cuando se quedó embarazada y, como el aborto ni siquiera era una opción en ese momento, tuvo que dar a su bebé en adopción, ya que apenas podía cuidar de sí misma económicamente. Esta dolorosa historia apareció en dos de sus canciones: Little Green y Chinese Café.
Su tenacidad dio sus frutos, ya que empezó a hacerse un nombre como compositora y, más tarde, como intérprete. Ha producido todos y cada uno de sus álbumes, además de pintar todas las portadas ilustradas de sus álbumes y, con frecuencia, actúa sola, sin necesidad de batería, bajo o acompañamiento vocal. Estas son algunas de sus mejores y más poderosas canciones:
