La "ilusión del cuerpo del nadador" es un error que cometemos cuando mezclamos los criterios de selección con los resultados. Rolf Dobelli, autor de "El arte de pensar con claridad", explica que "los nadadores profesionales no tienen cuerpos perfectos porque entrenen mucho. Más bien, son buenos nadadores por su físico. El diseño de sus cuerpos es un factor de selección y no el resultado de sus actividades".
Otro gran ejemplo de esta trampa mental es el de una universidad de primera categoría. ¿Obtiene esta universidad los mejores resultados porque tiene el mejor personal y las mejores instalaciones, o porque sólo aceptó a los estudiantes más inteligentes en primer lugar? Según Dobelli, "sin esta ilusión, la mitad de las campañas publicitarias no funcionarían". Cuando se piensa en ello, empieza a tener mucho sentido, ya que no compraríamos de forma realista campañas publicitarias que se centran en áreas en las que es casi imposible que ciertas personas destaquen.
No hay persona viva que no sea culpable del sesgo de confirmación, que se produce cuando buscamos proactivamente conocimientos que confirmen nuestros propios sistemas de creencias. De hecho, es mucho más probable que nos hagamos amigos de alguien que piense como nosotros, y en realidad descartamos activamente conceptos o personas que percibimos como un desafío a nuestra visión del mundo.
Según un estudio del Estado de Ohio, la gente pasa un 36% más de tiempo leyendo un artículo si se corresponde con sus propias creencias personales, y David McRaney, de You Are Not So Smart, afirma que "siempre que tus opiniones o creencias están tan entrelazadas con tu imagen de ti mismo que no podrías apartarlas sin dañar tus conceptos básicos de ti mismo, evitas las situaciones que puedan causar daño a esas creencias."
A menos que haya pasado años estudiando teorías avanzadas de la probabilidad, el ser humano medio es bastante malo para predecir las probabilidades debido a dos falacias lógicas específicas. La primera es la "falacia del jugador", que consiste en creer erróneamente que los acontecimientos pasados tienen un efecto significativo en las probabilidades actuales. Por ejemplo, al jugar a cara o cruz, uno puede creer que tiene muchas probabilidades de salir cara en su próximo lanzamiento si ya ha sacado cruz diez veces seguidas. Sin embargo, en realidad, la probabilidad de obtener un resultado concreto sigue siendo sólo del 50/50.
La segunda falacia es el "sesgo de la expectativa positiva", que consiste en creer que a una serie de mala suerte le tiene que seguir otra de buena. Esto es erróneo porque las probabilidades no cambian dependiendo de cuántas veces se haya perdido antes de realizar una apuesta concreta. De hecho, es igual de improbable (y probable) que ganes un sorteo de lotería concreto si es la primera vez que juegas a él que alguien que lleva cincuenta años de racha perdedora.
Ta falacia del coste perdido se refiere a un coste que ya hemos pagado en el pasado (ya sea con dinero, tiempo o esfuerzo) y que ya ha sido pagado y no puede ser reembolsado, pero que puede afectar negativamente a nuestras decisiones futuras. Esto se debe a que, según el psicólogo Daniel Kahneman, estamos predispuestos a preocuparnos más por las pérdidas que por las ganancias. Dice que "los organismos que ponían más empeño en evitar las amenazas que en maximizar las oportunidades tenían más probabilidades de transmitir sus genes". Así que, con el tiempo, la perspectiva de pérdidas se ha convertido en un motivador más poderoso en su comportamiento que la promesa de ganancias".
Kahneman explica aún mejor la falacia del coste perdido a través de este estudio de investigación: "Hal Arkes y Catherine Blumer crearon un experimento en 1985 que demostró tu tendencia a la falacia cuando aparecen los costes perdidos. Pidieron a los sujetos que supusieran que habían gastado 100 dólares en un billete para un viaje de esquí en Michigan, pero que poco después encontraran un viaje de esquí mejor en Wisconsin por 50 dólares y compraran un billete para este viaje también. A continuación, pidieron a los participantes en el estudio que imaginaran que se habían enterado de que los dos viajes coincidían y que los billetes no se podían reembolsar ni revender.
¿Qué crees que eligieron, las buenas vacaciones de 100 dólares o las estupendas de 50 dólares? Más de la mitad de los participantes en el estudio eligieron el viaje más caro. Puede que no prometiera ser tan divertido, pero la pérdida parecía mayor".
Según Michael Lewis, de Vanity Fair, "la mente humana está tan apegada a los estereotipos y se distrae tanto con las descripciones vívidas que se aferra a ellos, incluso cuando desafían la lógica, antes que a los hechos verdaderamente relevantes". Por eso, cualquiera que diga que los estereotipos no tienen ningún efecto sobre ellos está siendo excesivamente irreal o simplemente deshonesto.
Un estudio realizado en 1983 por Daniel Kahneman y Amos Tversky puso a prueba esta idea describiendo a una persona imaginaria de esta manera:
"Linda tiene treinta y un años, es soltera, franca y muy brillante. Se licenció en filosofía. Como estudiante, se preocupaba mucho por las cuestiones de discriminación y justicia social, y también participaba en manifestaciones antinucleares".
Hicieron a varias personas la siguiente pregunta sobre Linda, y les dieron a elegir entre dos respuestas:
¿Qué alternativa es más probable?
1. Linda es una cajera de banco.
2. Linda es cajera y participa en el movimiento feminista.
Un asombroso 85% de las personas eligió la opción 2, que en realidad es mucho menos probable que la opción 1. Esto se debe a que la opción 2 es mucho más específica, ya que deben cumplirse el doble de criterios para que sea cierta, por lo que es mucho menos probable. Sin embargo, los estereotipos arraigados en la mayoría de las personas (en relación con el feminismo en este caso) fueron mucho más influyentes que la lógica racional, lo que dice mucho de la forma en que pensamos y actuamos como individuos y como sociedad.
Se ha demostrado una y otra vez que la memoria humana es plástica y muy falible. Sin embargo, por alguna razón, tendemos a favorecer subconscientemente nuestros recuerdos sobre los hechos concretos. Un buen ejemplo de este fenómeno se conoce como la heurística de la disponibilidad:
Imagínate que te preguntan si hay más palabras en una misma página que tengan la "n" como penúltima letra o si hay más palabras que terminen en "ing". Lógicamente, es imposible que haya más palabras que acaben en "ing", ya que todas ellas contienen también la "n" como penúltima letra. Sin embargo, las palabras que terminan en "ing" son mucho más fáciles de recordar que las que tienen la "n" como penúltima letra, por lo que las personas que confían en su memoria por encima de la lógica se equivocarán siempre en esta pregunta.
El mensaje que hay que extraer de todo esto es que debemos fijarnos en los hechos siempre que sea posible, para evitar hacer suposiciones o errores terribles que puedan afectarte a ti o a otras personas de tu entorno de forma negativa, a pesar de lo fiable que creas que es tu memoria.
Conocido como Síndrome de Estocolmo del Comprador o racionalización posterior a la compra, somos ridículamente buenos convenciéndonos de lo necesarias que son en realidad las terribles decisiones de compra que tomamos. Los psicólogos sociales creen que este fenómeno se deriva del principio de compromiso, que es nuestro deseo de permanecer coherentes y no caer en un estado de disonancia cognitiva.La disonancia cognitiva es la sensación incómoda que se produce al mantener dos teorías o ideas contradictorias. Por ejemplo, si crees que eres un amante de los animales, pero no te paras a ayudar a un animal herido que encuentras, puedes empezar a experimentar una disonancia cognitiva sobre ti mismo. Esta disonancia puede crear tanto malestar que empezarás a cambiar tu forma de verte a ti mismo. En este caso, puedes empezar a aceptar que no amas a los animales tanto como creías, ya que tus acciones han demostrado lo contrario.
Una vez que seas consciente de esas falacias, podrás utilizarlas para intentar predecir tus futuros sentimientos o acciones cuando te enfrentes a una decisión. Puede que descubras que ya no te interesa comprar ciertas cosas en las que te gustaba gastar dinero en el pasado.
El efecto de anclaje tiene lugar cuando elegimos una opción en lugar de otra basándonos únicamente en el valor que ofrece en comparación con una opción similar, sin tener en cuenta si alguna de las opciones es realmente una buena oferta en primer lugar.
Imagínate que vas a un restaurante en el extranjero donde una hamburguesa suele costar 5 dólares y las patatas fritas 2. Sin embargo, en el restaurante que elegiste, una hamburguesa sola cuesta 10 dólares, las patatas fritas 5 dólares, y un plato combinado de hamburguesa y patatas fritas 11 dólares. Muchas personas no se darían cuenta de que el restaurante les está robando 4 dólares, y en realidad creerían que se están ahorrando 4 dólares, debido al valor comparativo del plato combinado con los precios individuales de la hamburguesa y las patatas fritas.
Si no aprendemos a reconocer el efecto de anclaje, estaremos siempre a merced de las campañas publicitarias y de las astutas tácticas de fijación de precios, lo que hará que nuestras vidas sean mucho más caras y difíciles a largo plazo.
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